CP7 ATE 2019 – HOMILÍA DE LA MISA DE CLOSURA
El Éxodo hacia la Pascua de Cristo Queridos hermanos y hermanas, miembros de nuestro 17º Capítulo Provincial. Enseguida clausuramos nuestro Capítulo que ha sido una semana de oración y reflexión. El sentimiento que justamente nos anima en esta circunstancia es el de la acción de gracias. Acción de gracias por la presencia de Dios a nuestro lado durante estos días, por su Espíritu que ciertamente ha inspirado y guiado nuestros pensamientos, palabras y escritos, y que será también fiel en fecundar el trabajo de nuestras manos, por la gloria de Dios y la salvación de los jóvenes. A esta acción de gracias se añade aquella a la que os invité a compartir conmigo, para abrir hoy oficialmente el jubileo que enlazará hasta el mes de agosto de 2020, mis cincuenta años de vida, mis treinta años de profesión religiosa salesiana y mis veinte años de sacerdocio. Os agradezco a todos y me gustaría expresar la misma gratitud hacia nuestros hermanos y hermanas del Coro, venidos a compartir esta acción de gracias ayudándonos a cantar bien, o sea, orar doblemente. ¡Gracias!
Esta acción de gracias comienza cuando acabamos de poner nuestras firmas a nuestra escucha, a nuestras interpretaciones y elecciones a la luz de lo que Cristo nos revela hoy sobre Él y sobre nosotros mismos, como apóstoles, profetas centinelas y pastores de los jóvenes. El tiempo de Cuaresma, que pronto tiende a su fin, es también esta aventura al lado de Cristo, Buen Pastor, que abraza con coraje su Pasión y su Cruz, para enseñarnos a amar hasta el extremo. A una semana del Domingo de la Pasión, en la víspera de la conmemoración del loco amor de Dios por la humanidad, podemos, con unos ojos salesianos, mirar el camino que acabamos de recorrer con toda la comunidad cristiana, domingo tras domingo. Tratemos de entenderlo como un camino que dicta la misericordia y la pedagogía de Dios, y traza las rutas de nuestra identidad y nuestra misión.
Los domingos de esta Cuaresma nos han sumergido en las temáticas de las tentaciones, de la urgencia de la conversión, del perdón incondicional y, hoy, de la misericordia que sobrepasa el juicio y el castigo. Los diferentes temas que acabamos de abordar en estos días nos han cuestionado justamente sobre las numerosas tentaciones a las cuales nos exponemos, tanto laicos como mujeres y hombres consagrados, influenciados por el mundo del que venimos, que nos rodea y nos bombardea con propuestas perceptibles y, a veces, subliminales. Estas tentaciones representan un desafío, tanto a nuestra vida espiritual como a nuestra vida de oración, a nuestra pasión por los jóvenes y a cada uno de los tres votos que nos llevan a contracorriente respecto de nuestros deseos y de las realidades que este mundo desfila delante de nuestros ojos. El domingo de la Transfiguración nos recordó la exigencia de cambar y renovar el rostro de nuestra presencia en la Subregión y en la Iglesia. Como decía el antiguo Rector Mayor, don Pascual Chávez, reconfigurar nuestra presencia y nuestras obras no es un toque de maquillaje sino una verdadera transfiguración para hacer brillar, a la vez, el rostro de Don Bosco, su carisma, cada una de nuestras vocaciones, con nuestros talentos y recursos, nuestra red que incluye a la Familia Salesiana, a la Comunidad educativa y a nuestros destinatarios, en sus nuevas pobrezas, su ingenio y sus ganas de vivir y de cambiar el mundo. Para esta transfiguración, a veces nos es preciso bajar del Thabor, renunciar a la nostalgia y a las ilusiones que se asemejan a verdaderas utopías. La parábola de la higuera nos recordaba cuánto es Dios de paciente. Después de cada trienio en el cual establecemos unos objetivos y proyectos, los trienios de nuestros mandatos o de nuestros capítulos provinciales, Él viene a buscar los frutos y, a veces, se vuelve con las manos vacías, pero siempre confiando en que, con un poco de paciencia, cuidado, perdón, consejo, acompañamiento y seguimiento, daremos los frutos por los cuales hemos sido plantados, regados y mantenidos. Después de 7 trienios, como Viceprovincia, ¿qué frutos depositaremos en las manos de Dios, personalmente y en comunidades locales o provinciales? ¿qué disposiciones tomamos para que el indulto que Dios nos concede, ya que su Hijo intercede por nosotros, nos haga más fecundos en términos de fidelidad, testimonio, promoción humana y acompañamiento de los jóvenes a la santidad? La parábola del hijo pródigo, que es en realidad la historia de dos hermanos rivales, egoístas e incapaces de comportarse como hijos respecto de su padre y como hermanos respecto de un prójimo que lo es más de lo que ellos podrían pensar. ¿Qué mirada tenemos hacia nuestros hermanos, colaboradores y prójimos? ¿Alguna vez renunciamos a nuestra pertenencia común debido a la codicia o al temor de compartir? Las distancias y la diversidad entre nosotros, debidas a la extensión de nuestro territorio provincial, ¿acaso no podrían también convertirse en adversidades y rivalidades, discriminaciones y exclusiones? ¿Cuándo seremos capaces de repetir a nuestros hermanos: “Todo lo que es mío es tuyo”, como en esta parábola? De esta historia hemos aprendido una mirada misericordiosa, la misericordia que necesitan nuestras comunidades, parroquias, grupos y asociaciones; nuestra colaboración con la Iglesia local, con los otros consagrados y con los jóvenes. Este último domingo viene a incrustar el clavo decisivo prohibiéndonos tirar la piedra a aquel o aquella que se ha equivocado porque nosotros mismos no somos santos, y aunque lo fuéramos, un santo no tiraría una piedra contra un homicida, aun en nombre de la ley. Una vez más, ¿qué mirada dirigimos a los hermanos en dificultad o que han fallado en su misión? ¿cuántas veces no somos nosotros los primeros en difundir los defectos y errores de nuestros hermanos, a menudo, sin siquiera hablar directamente con ellos, que son los concernidos? ¿Podemos luchar contra el mal, la corrupción, la impureza y el vicio, los abusos de todo tipo, y seguir creyendo en la dignidad de la persona y en su vocación a la santidad?
Que el Señor, Buen Pastor, nos dé un poco de su corazón para que vivamos la misericordia como pedagogía en la escuela de Cristo y de Don Bosco. Que frente a las debilidades que puedan manifestarse en nosotros y en nuestros hermanos y hermanas, cesemos de condenar y aprendamos a corregir y aconsejar; y que nuestros dedos fijos en condenar puedan servir siempre y únicamente para enseñar el camino, animar al otro hermano o hermana, colaborador o joven, con firmeza, confianza y amor como Cristo: “Ve y no peques más”.
AMEN
Par P Alphonse Owoudou, sdb